Vegadeo 1948.
Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, ejerció de profesor en varias universidades españolas.
Columnista, tertuliano, director de revista, pero sobre todo, visceralmente escritor y veigueño.
Érase, que se era, un lugar donde gente de toda edad y condición halló acomodo al amor de la música. A mitad de camino entre la Calle Arriba y la Puntía, en una placita recoleta y amable. Las notas de un piano, los acordes de una guitarra, o el dulce sonido de una armónica, sosegaban el crepúsculo y daban los buenos días a la madrugada.
Semanas atrás leí en "La Vega" un delicioso artículo de Carlos Montaña. Y me quedé fascinado ante una crónica tan dulcemente sencilla, valiente, luminosa, certera y magníficamente escrita. "Réquiem por una Tarula", se cuela de puntillas en los entresijos del alma y anima a recordar, con un toque de nostalgia, los tiempos idos.
A revivir, con sabor agridulce, aquel Vegadeo de infancia, adolescencia y mocedad, donde el paisaje y el paisanaje eran tan distintos.
Hace unos días, recibí la llamada telefónica de una editorial de nueva implantación en Castilla-La Mancha. La dulce voz de una dama amabilísima, me anunciaba que, dada mi vinculación con el mundo de las letras, querían obsequiarme con un libro encuadernado en rústico: "Tristana", de don Benito Pérez Galdós. Tan sólo tenía que responder a una breve encuesta y abonar tres euros, en concepto de desplazamiento, al mensajero que me visitaría en breve.
Cuando las mareas eran adecuadas y los bancos de arena de la ría, -los tesones, vaya- descubrían el lomo, muchos veigueños íbamos a pescar las riquísimas navajas que abundaban en aquel querido y nunca olvidado ecosistema.
Como el número de embarcaciones locales era sensiblemente inferior al de aspirantes a participar en la aventura, los botes y los chalanos acogían generosamente a toda la tripulación posible.
El verso que encabeza este artículo, el último de don Antonio Machado, fue encontrado en un bolsillo de su viejo y raído abrigo en la habitación del hotel Bougnol-Quintana en Colliure, (Francia), donde murió el 22 de febrero de 1939. Al día siguiente de su entierro, llegaba una carta de la Universidad de Cambridge, ofreciéndole un puesto en su Rectorado. Había huido de España, cuando la toma de Barcelona por las tropas de Franco era inminente.